lunes, 19 de marzo de 2007

versos herejes





Aquella mujer de dos cabezas
y sin embargo tan poco reflexiva
se vestía cada noche
con un hermoso camisón de 300 botones
fosforescentes
cerraba su dormitorio cuidadosamente
y sin mirarse en el espejo de dos lunas
tiraba la llave por la ventana
rogando que su marido
-apuesto como Humprey Bogart y paciente
como el coronel Aureliano Buendía¬
olvidara repentinamente
que sentía urgencia por poseerla
no encontrara el camino de regreso
a la casa con patio de glicinas
o no pudiera descender ese día
de su avión con alas de tela
(tan parecido a un pajarraco prehistórico).
Ella estaba orgullosa
de no haberse desnudado jamás
en presencia del amado
y aseguraba en voz baja a sus amigas
ser inmune a las caricias
más fogosas
pero perdía los labios
besando anillos obispales
se convertía en una rosada fruta
si alguna vez lograba
el ardiente trofeo del abrazo de un prelado
-mientras el enorme crucifijo de oro
lastimaba su mejilla-
o llegaba al éxtasis
si una mano imponente bendita y enjoyada
la obligaba con un gesto a arrodillarse.


Jamás pude comprenderla
soportar sus relatos fragantes
de incienso
ni su imperturbable mirada
al hablar de los deseos humanos.
A mí me excita y encarna
el sexo fulgurante de mi hombre
me embriaga su olor primitivo
y saber que
por sobre todas las cosas
ama la lujuria.


A mí me conmueve hasta las náuseas
el hambre de mi pueblo.