martes, 9 de marzo de 2010
Ceiba sagrada
Pidió permiso al Yaaxché
orando al espíritu bajo la corteza
sabía que sus ramas permitían abrir
los 13 cielos
trascender los tres planos del
universo
que allí vivian las deidades de
la selva
pidió perdón antes de voltearlo
esperando que supiera entender
sus sueños sus miedos
que sólo podría cruzar los agujeros en el mar
las olas gigantes
blancas como acantilados
llegar a la otra orilla
-con sus cartas de tarot
sus piedras mágicas sus especias
la esfera con la llama naranja de Vesta-
montada en un cayuco mágico...
La hora de la patera
«¡Oh, Agni, tú eres la vida, tú eres el protector del hombre! Que goce largo tiempo de la luz y que llegue a la vejez como el sol al ocaso».
Hizo un círculo de piedras
alimentó las llamas
con ramas de romero
dejó que la carne tomara el mismo color
dorado del atardecer
Recordó los inviernos en que se sentaba con las piernas
cruzadas frente a la salamandra de hierro
a ver crepitar las piñas del bosque
ese era todo su mundo creía ser tan feliz
Pensó en las cartas de amor que años después
había hecho cenizas
Se agachó y miró el fondo cóncavo de la barca
-pequeña como una cáscara de nuez-
las teas habían carbonizado el corazón
del tronco
Prendió una vela celeste para Yemanyá
dueña y señora de las aguas profundas
Sintió el aroma a copal del fuego del altar
familiar lo dividió
en dos cuencos de cerámica
cocida
Nombró a su hijo menor
Guardián de los Carbones Encendidos
(deseó poder forjarle un escudo virtual de
bronce oro plata que lo protegiera en su ausencia)
Cuidó la otra llama de su propio aliento
-continuaría ardiendo
hasta alcanzar las orillas del Arno-
Abrió los brazos encomendándose a las cuatro puertas
del Universo
Miró por última vez la cruz del sur
-en el mapa del cielo todo indicaba hacia finis terrae-
y empujó la patera hasta el vientre del mar
debía alcanzar el horizonte antes de que comenzaran
a encenderse
las hogueras de Beltane.
Hizo un círculo de piedras
alimentó las llamas
con ramas de romero
dejó que la carne tomara el mismo color
dorado del atardecer
Recordó los inviernos en que se sentaba con las piernas
cruzadas frente a la salamandra de hierro
a ver crepitar las piñas del bosque
ese era todo su mundo creía ser tan feliz
Pensó en las cartas de amor que años después
había hecho cenizas
Se agachó y miró el fondo cóncavo de la barca
-pequeña como una cáscara de nuez-
las teas habían carbonizado el corazón
del tronco
Prendió una vela celeste para Yemanyá
dueña y señora de las aguas profundas
Sintió el aroma a copal del fuego del altar
familiar lo dividió
en dos cuencos de cerámica
cocida
Nombró a su hijo menor
Guardián de los Carbones Encendidos
(deseó poder forjarle un escudo virtual de
bronce oro plata que lo protegiera en su ausencia)
Cuidó la otra llama de su propio aliento
-continuaría ardiendo
hasta alcanzar las orillas del Arno-
Abrió los brazos encomendándose a las cuatro puertas
del Universo
Miró por última vez la cruz del sur
-en el mapa del cielo todo indicaba hacia finis terrae-
y empujó la patera hasta el vientre del mar
debía alcanzar el horizonte antes de que comenzaran
a encenderse
las hogueras de Beltane.
Etiquetas:
los cuatro elementos (fuego)
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